Luz nunca perdió la sonrisa, aquella contagiosa simpatía que dejaba en los demás la sensación de que ella disponía
siempre de todo el tiempo del mundo para quererlos y escucharlos.
Insistía en que había que hablar con bondad, con mucha amabilidad,
poniéndose en lugar del otro, sin interrumpirle mientras hablaba, con gracia,
alegría y sencillez, con un respeto profundo al interlocutor.
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